El muelle, el húmedo muelle. La rampla está puesta, sin embargo no es una invitación para abordar.
Embarcaciones acoderadas, el suelo con su ocre brillo. Barcos llevando tablones de madera unos, otros esperando pasajeros. Entro y llego a una nave. Pronto zarpa pasando tan cerca de las otras en la maniobra.
El aroma del rio me recuerda otros viajes. El más distante, en compañía de mi madre, cruzándolo para llegar a la estación del tren. En esta ocasión el viaje es diferente. Vamos a tomar la gran corriente.
El aroma del rio me recuerda otros viajes. El más distante, en compañía de mi madre, cruzándolo para llegar a la estación del tren. En esta ocasión el viaje es diferente. Vamos a tomar la gran corriente.
La nave aún en calma, me distraigo viendo los detalles de maderos, de hierros, no tanto a las gentes; al recordarlo no sabría bien por qué.
De pronto la gran corriente, la veo, nos aproximamos. Diviso en ella embarcaciones ya estabilizadas que navegan sin dificultad. Y en un momento el barco se estremece brutalmente. La hemos alcanzado, tratamos de entrar en ella. Por un instante me parece imposible lograrlo, que no aguantaremos, que la nave zozobrará. Pero inmediatamente pienso que esas otras naves que veo no tan lejos lo han logrado, que es cuestión de resistir y tomarla bien. Aunque puede ser un engaño, Que no necesariamente será nuestro designio.
En cualquier caso está todo jugado, no hay cómo ir hacia ningún otro lugar del que estoy, solo queda tener el ánimo dispuesto para lo que venga.
Pero en un instante, tal cual llegó esa brutal marea que chocó contra nosotros o nosotros contra ella, estamos en ella y nos hemos estabilizado.
Ya no sentimos ninguna brusquedad, todo ha vuelto a estar en calma. La navegación puede continuar y lo que había sido verdadero suplicio terminó.
Ya no sentimos ninguna brusquedad, todo ha vuelto a estar en calma. La navegación puede continuar y lo que había sido verdadero suplicio terminó.